Los bordes de la cultura urbana

lunes, 20 de junio de 2011

Criminal Mambo II

Un clavo en la cabeza

El asesinato de un niño de tres años en diciembre de 1912 llevó finalmente al Petiso tras las rejas. No por un trabajo de inteligencia policial, ya que el niño había sido descubierto en pleno ataque en otras ocasiones, pero lograba escapar o engañar a la policía. Cayetano asistió al funeral de la víctima, Jesualdo Giordano, y a todos les llamó la atención la forma en que miraba y escudriñaba el cuerpo sin vida del chiquito. Buscaba las marcas del calvo con el cual le había atravesado el cráneo.
Al poco tiempo se relacionaron los anteriores ataques y no quedaron dudas de que Godino era el único responsable. Comenzaba así el espectáculo que presentaría a Cayetano como algo menos que un monstruo, un sociópata, un adefesio moral. Los informes médico-legales hablan por sí solos; y con un lenguaje de época: el positivismo criminológico de raíces lombrosianas.
La “bestia” tenía 16 años y no podía ser encarcelado legalmente. Aún así, ante la presión de la aterrada comunidad, un juez dictaminó su encierro, por más que fuera ilegal. Luego de cumplir la mayoría de edad, y tras varios traslados de penal en penal, el Petiso Orejudo fue a parar al fondo del mundo. Ushuaia lo esperaba, también la muerte.

Mural del Petiso Orejudo en Ushuaia
La fuente de todo el mal

El desenlace de la historia seguramente hizo sonreír a Cesare Lombroso en su tumba. El “Petiso” fue reducido a un objeto de estudio. Lo estudiaron, lo auscultaron, pormenorizaron todos sus rasgos. Lo deshumanizaron. Los "avezados" científicos argentinos llegaron a una conclusión irrefutable: el origen de la maldad y la falta de moral del muchacho se debía al tamaño y forma de sus orejas.
Nunca se comprobó fehacientemente, pero existen versiones que afirman que la primera cirugía estética en la historia argentina fue la que le achicó las orejas a Godino. Pese a tan certero tratamiento, los resultados no fueron los que se esperaban. Recluido en la cárcel del fin del mundo, Cayetano protagonizó nuevos episodios de violencia: no eran pocos los reclusos que le temían y que sufrieron sus ataques.
La última víctima del “Petiso Orejudo” fue el gato de los presos. Fue también su sentencia de muerte. En un acto de venganza, Cayetano fue brutalmente golpeado hasta morir. De ahí en más, la leyenda no hizo más que crecer: cuando se buscaron sus huesos en el cementerio, ya no estaban allí; hay quienes aseguran que el encargado de la prisión le tenía tanto odio que usaba su cráneo como pisapapeles. Poco se sabe de este personaje tan enigmático de nuestra historia; quizás sea eso lo que lo volvió tan emblemático, hasta convertirse en símbolo de la criminalidad y la marginalidad argentina. Frente a tantas palabras que rodean su historia, el “Petiso Orejudo” sigue guardando silencio. Otros, como siempre sucedió, hablan por él.




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